Una granja, con independencia de su nivel de producción pero bajo las condiciones apropiadas, siempre nos proporcionará una cosecha constante. Pero en una mina no hay reproducción, y la extracción del producto, una vez se ha llevado a su máximo, rápidamente empezará a decaer y tenderá hacia cero.
Este texto, tan peakoilano, fue escrito en 1865 por William Stanley Jevons (1835-1882). La obra, The Coal Question. En ella, Jevons explora las implicaciones de la dependencia de la economía inglesa al carbón. La hipótesis de Jevons era que la supremacía global de Inglaterra era inevitablemente transitoria debido a su Peak-Carbon, es decir al hecho de que la fuente de energía de Inglaterra, el carbón, era finita.
Aquí traduzco los tres primeros párrafos de su libro:
Día a día se hace más evidente que el Carbón de alta calidad y cantidad del que alegremente disfrutamos es la fuente de la moderna civilización materialista. Como fuente de calor, es el origen del movimiento mecánico y de los procesos químicos. De esa manera, es el elemento clave en casi todos los avances o descubrimientos en las áreas que la época actual florecen. Nos es indispensable en el hogar, y recientemente se ha descubierto que proporciona una serie de sustancias orgánicas que, nos sorprenden por su complejidad, nos satisfacen por su belleza, y nos sirven de ayuda por sus diversas utilidades.
Y como fuente, en especial, de vapor y hierro, el carbón es todopoderoso. Esta edad ha sido llamada la “Edad del Hierro”, y es verdad que el hierro es el material con las más novedosas aplicaciones. Por su fuerza, resistencia, y amplio rango de calidades, este metal se ajusta a tener el papel de pivote posibilitando grandes aplicaciones, mientras que el vapor representa el poder del movimiento. Pero sólo el carbón puede proporcionar, en las cantidades necesarias, hierro y vapor; y es el carbón, entonces, el que mueve nuestra época, por lo que, ésta es en verdad “La Edad del Carbón”.
El carbón se halla, no al lado, pero encima de todas las otras materias primas. Es la materia de la energía del país –la ayuda universal- el factor en todo lo que hacemos; sin él, volveremos a los tiempos pretéritos de la pobreza del trabajo.
Más adelante, Jevons apunta que el crecimiento en la demanda de carbón era exponencial:
Tengo que indicar el doloroso hecho de que semejante ritmo de crecimiento hará que, dentro de poco, nuestro consumo iguale nuestra producción total. En el aumento de la profundidad y dificultad de las minas de carbón encontramos esa vaga, pero inevitable, frontera que frenará nuestro progreso.
Con las estimaciones de los geólogos en mano y suponiendo una demanda exponencial, Jevons predijo que la Cima del Carbón tendría lugar antes de cien años. Las perspectivas: oscuras.
Supongamos que nuestro progreso se evalúa dentro de cincuenta años. Para esa época es probable que nuestro consumo sea tres o cuatro veces más alto que el de ahora. No hay nada imposible ni improbable de que eso suceda, considerando que nuestra demanda ha aumentado por ocho en los últimos sesenta años. Pero cuán breves y oscuras serán las previsiones de nuestro país, con unas minas ya muy profundas, un combustible escaso y, aún así, un consumo elevado para mantenernos si no estamos ya en retroceso.
Puede que alguien sonría pensando en la ingenuidad de Jevons al no prever que el carbón sería sustituido por petróleo y la energía nuclear. Seis años antes de que Jevons publicara su libro, es decir en 1859, se perforó el primer pozo en el que fue el primer campo petrolífero comercial en los Estados Unidos, en Titusville, Pensilvania. Este campo producía en 1861 más de dos millones de barriles al año, y durante cuarenta años produjo la mitad del petróleo mundial. Eso sí, sobre la energía nuclear aún tuvo que esperarse tres cuartos de siglo para ver su potencial en usos energéticos.
Lo que sí que es cierto es que cuando Jevons publicó su libro, el Reino Unido estaba en medio de su más floreciente etapa, la que los historiadores británicos llaman “El Siglo Imperial” (1815-1914) durante el cual, casi un cuarto de la población del mundo formaba parte (queriéndolo o no) de él.
Y la producción de carbón tuvo su cénit en 1913, con 292 millones de toneladas (un valor más bajo que el que había calculado Jevons).
No deja de ser curiosa esa coincidencia con el principio del fin del Imperio Británico para ceder el paso al nuevo gigante energético, los Estados Unidos (que Jevons pronostica por la sola diferencia entre el tamaño de las reservas de carbón americanas respecto a las británicas). En este contexto se entiende que la Primera Guerra Mundial, en la cual se dirimió el control de las materias primas fuera del continente europeo no fue un lujo para el Reino Unido (y las otras potencias europeas), pero una necesidad vital.
Desde entonces, el ritmo de producción de combustibles fósiles en el Reino Unido decreció, en oposición a un mundo donde el ritmo de producción de combustibles fósiles continuó siendo del 3.5% anual hasta la década de los setenta. La producción actual de carbón en el Reino Unido es de unos 20 millones de toneladas año, y se estima que sus reservas de carbón son de unos 400 millones de toneladas. Es decir, para unos dos años si se utilizara al ritmo de producción de la primera década del siglo XX. Esta cifra nos da una idea de las cantidades ingentes de energía que requería el imperio británico para mantenerse.
Otro número que merece contemplar es el del consumo actual de petróleo. Si hubiéramos guardado todo el petróleo que Pensilvania producía EN TODO UN AÑO a finales del siglo XIX, y lo utilizáramos todo en la España actual, tendríamos energía para DOS DÍAS (el consumo de petróleo en España es de 1 millón de barriles al día): Es decir, la perfecta ilustración del concepto de “sandez hiperbólica”.